lunes, 8 de noviembre de 2010

Soliloquios crepusculares...


Caen las infinitas estrellas de la noche, no me guardo ninguna, no me encuentro ninguna… La piel se hace dura con los años o quizás más suave… se baña de luz y de noche, no me queda espacio para más años.

Se fueron cantando las primaveras, ebrias a lo lejos divisaban los veranos un cuello quebrado de otoño… no quedan estrellas no queda primavera ni otoño… Frio es sin embargo el inmortal invierno; frio, como el lápiz quebrado que se arrastra por escupir un poema.

La cintura de fuego que danzaba a la febril circunstancia antojadiza, es hoy apenas una cansada estructura de herrumbre, sus piezas no son ya entre la pista ese viento que alienta la llama, esa figura es ahora, una sombra escondida entre la ruidosa muchedumbre.

Caen las manos a buscar otras manos, no hay calor que llame calor, solo resquicios de una fogata extinta, por la lluvia, el llanto y el amor diluido de una sombra prisionera que arrastra cadenas entre los sótanos del corazón.

Impertinentes son entonces la prosa y el verso que circundan el reino del tiempo, queriendo quizás sus balcones tomar; tristes son entonces las narraciones, cuando entre la pluma y la inspiración… queda varada, la cadencia del poeta, su poesía y su gastada y quebrada emoción.

Noviembre del 2010

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